Lo de Apple
- Posted by Sebastián Puig
- On 6 enero, 2019
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- apple, competencia, empresa, estrategia, gestión
Hace tres días, Apple revisó a la baja su pronóstico de ingresos en el primer trimestre de su ejercicio fiscal (octubre-diciembre de 2018), recortando entre un 5,6% y un 9,7% su anterior expectativa de ventas. El aviso provocó una caída muy notable de la compañía en bolsa, cuyas acciones llegaron a desplomarse un 10% al final de la sesión en Wall Street, en su peor jornada desde el 24 de enero de 2013: más de 70.000 millones de dólares de un plumazo. Dada la dimensión del protagonista, la caída arrastró a los mercados mundiales, ya bastante volátiles y tocados durante estas últimas semanas. El consejero delegado de la compañía, Tim Cook, apuntó como causas la desaceleración en China, que ha determinado menores ventas de las esperadas, así como las tensiones comerciales entre el gigante asiático y los Estados Unidos.
Las explicaciones de Cook, no obstante, parecen más una excusa defensiva que el resultado de un análisis crítico y honesto de la realidad de la compañía. A propósito del tema, escribí un tuit en mi timeline de Twitter que tuvo cierta repercusión:
A ver si el mercado se pensaba que Apple podría tener ganancias crecientes indefinidamente sin aportar innovaciones sustanciales en los últimos años y con una competencia asiática cada vez más potente y global, por mucho ecosistema Apple que valga. Olvidamos lo básico. pic.twitter.com/yyfGKxlcPD
— Sebastián Puig Soler (@Lentejitas) 3 de enero de 2019
Mi tuit no hacía otra cosa que regresar a un concepto empresarial clásico, como es el ciclo de vida de una empresa, algo básico que se estudia en primero de carrera y que por ello olvidamos con frecuencia. Cada empresa transcurre por cuatro fases de un ciclo de vida: inicio, crecimiento, madurez y renovación / renacimiento o declive. Comprender en qué fase se halla cada negocio resulta un elemento clave para su planificación estratégica y operaciones, y los indicios parecen señalarnos que Apple está en lo que podría ser el tramo final de su madurez, de no mediar el elemento fundamental en que basó su éxito: la continua innovación. Pero la innovación radical en la empresa tenía un nombre propio, hace tiempo desaparecido de la ecuación virtuosa: Steve Jobs, que ya tuvo que rescatar una manzana a la deriva en los 90.
De hecho, en los últimos años, la empresa no ha lanzado al mercado ningún servicio o producto realmente nuevo o rompedor, salvo algunos hallazgos puntuales. Se ha limitado a explotar su gallina de los huevos de oro, el iPhone (que ahora mismo representa alrededor del 60% de las ventas totales de la compañía), y tratar de sacar tajada de los servicios adicionales generados alrededor del enorme ecosistema iPhone, dejando a su vez declinar otras áreas de negocio. Pero como ocurre en el chiste que abre esta entrada, la vaca empieza a no dar más leche: por más grandes, más caros, rutilantes y potentes que hagan sus dispositivos, hay otros jugadores en el tablero que ofrecen productos (y servicios) igual de potentes, atractivos e innovadores a un precio menor, a menudo mucho menor. En este sentido, Apple se encuentra en una situación muy similar a la de Microsoft en 2012, como muy bien apuntaba Jesús Penelas en la conversación generada alrededor de mi tuit:
Apple está hoy donde Microsoft se puso en 2012, compensando el declive de un negocio (Windows) con crecimiento de otro (nube), a ver si les es suficiente.
— Jesús Penelas (@SusoPenelas) 4 de enero de 2019
Llegó pues el momento para Apple de dar un golpe de timón y reinventarse antes de que sea tarde. Tiene tres fortalezas indudables para acometer ese cambio: una capacidad financiera brutal, una imagen de marca hasta ahora imbatible y una cartera de clientes que se cuenta por millones. Tales elementos le conceden un elemento vital: tiempo de reacción, cada vez más escaso en pleno siglo XXI. Sería desolador ver ese formidable castillo derrumbarse por un exceso de autocomplacencia y una imperdonable falta de visión.
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